Hay cientos de programas televisivos (y copias de la copia, de la copia, con menos presupuesto) donde toman a un humano "desprolijo" para cortarle el cabello, cambiar el color de cabello y darle el presupuesto para comprar nuevas prendas y seguir sumando aliados a las filas de la belleza (lo sé, lo sé). Y por qué mencionarlos, porque es algo que sucede todos los días sin una cámara registrándolo, y los dos personajes de los que hablo son parte de ello.
Los estilistas (no los mismos a los que se hacen referencia cientos de libros en la escuela de artes visuales) son otro tipo de creadores que van de la mano (¿haciendo rondas?) con el momento espacial-temporal, de todos los momentos, dando puntos d partida a la par de testimonios del "cómo" vivir las apariencias. (Igual que en el sistema del arte (y muchos otros), están los que proponen y los que siguen la tendencia).
En algún momento el lugar se convirtió en la sala de operación y la mujer es anestesiada (contando del diez al uno) con la promesa del resultado final. Tres personas a su alrededor, una encargada de las manos y dos de su cabeza, la fuerte luz de una lámpara, batas y químicos con el sonido de un pequeño taladro de fondo. De pronto, mientras las esculturas en los extremos de sus dedos comienzan a cobrar vida, la pequeña niña comienza a llorar tomando a todos por sorpresa. La paciente (su madre) intenta averiguar el por qué pero la niña no deja de gritar-llorar, buscamos al rededor rastros de algo que la haya lastimado, pero nada. Por fin la niña se controla un poco y nos aclara la duda entre sollozos: "¡Están feas!".
Qué habrá sentido la niña de presenciar el proceso de las nuevas uñas de su madre que no le bastó con juzgarlas como feas, si no que necesitó llegar a ese extremo para demostrarlo. Acaso ella, reciente en el juego de la vista y los procesos de embellecimiento, ¿pudo notar algo que nosotros no? Quizá el ver cómo una pequeña masa plástica con olor penetrante se endurecía sobre las uñas talladas de su madre fue demasiado para ella (igual que me retuerzo al ver en televisión cómo levantan la piel del pecho para introducir un implante mamario).
La niña ya no pudo recuperarse y se mantuvo así, llorando y gimiendo con la esperanza de que la escucharan y detuvieran el proceso. La mujer prefirió llamar a alguien para que se llevara a la niña y seguir con su objetivo, ante tal acción la pequeña gritó "¡¡¡¡están feas!!!!" y momentos después fue retirada de ahí.
Más tarde es mi turno. Un pequeño vestido café con manchas beige, zapatos de tacón corrido (apto para las calles irregulares de Guanajuato) y mi cabello negro. Pero ésta vez los estilistas harán el resto.
Tres pares de medias color piel y mi cuerpo luce diferente, las caderas resaltadas, como lo hemos hecho una y otra vez desde el principio de los tiempos (la cadera es el recinto y el punto de fuga para la procreación y el morbo), ya con estructuras metálicas o con esculturas voluptuosas.
Llego tarde (vaya sorpresa) y me encuentro ante la producción fotográfica de Romualdo García y de otros productores de imágenes convocados por un homenaje al primero. El rito de la inauguración (otro lugar para ver y ser vistos) tiene a las personas dentro del museo. Saludos y besos con los conocidos y voy directamente con las amigas.
Recorro la exposición y me apropio de lo que me corresponde. Descubro de contrabando las miradas obvias de los ahí reunidos pero ya no me provocan lo mismo, ahora me muestro como debe ser.
De pronto mi cadera hace efecto.
El personaje que se acercó segundo me toma del brazo, sutilmente lo acaricia (en realidad descaradamente) mientras me explica de cerca el sentido de su último comentario. Me suelta y la plática sigue. En seguida toma de nuevo mi brazo, ahora es oficial. La plática llega a su fin y Areli menciona que es hora de irnos y momento justo para despedirnos. Mano y beso a los otros dos señores (mucho gusto-igualmente) y llega el turno del sujeto en cuestión: "Un placer conocerte, de verdad un gusto" toma mi mano delicadamente haciendo notar sus intenciones y firma sus declaraciones con beso, plantando a todo lo largo y ancho sus labios sobre mi mejilla. Bendita cadera.
Me alejo con las chicas y volteo para un último adiós general y nuestras miradas conectan nuevamente, él dice: "espero volver a verte", "ojalá" respondí con una pequeña sonrisa de ingenua pretenciosa.
¡Qué sorpresa! entre nosotras comentamos al abandonar el recinto. Un hombre ya mayor reacciona completamente ante las manchas beige del vestido y el cuerpo que las soportan.
No hay comentarios:
Publicar un comentario