Ignorar el dolor y enfrentarme al espejo otra vez. Eterna batalla (según los cuentos de la historia es una que acaso perdimos desde el principio, al entregar los objetos dorados que podíamos adorar a cambio de objetos para adorarnos a nosotros mismos). Cabello, ojos y un poco de atención a los labios, vestido color rosa y tacones azules.
¿A dónde vas? preguntan mi madre y mi hermana, a ningún lado es la respuesta. Estoy en casa y por un momento la forma de vestirme es para mí, para creer mi propia historia.
Molestia en la misma oreja.
Noche de chicas, jueves por la noche y el bar de siempre, pero no soy lo de siempre. Mi primera preocupación ya no es el cómo llegar al lugar ("el transporte público no me vencerá hoy" es la frase del día), si no la entrada al sitio. Josué es alguien a quien a sus 24 años le piden la credencial de elector para dar acceso a los sitios adultos. Yo luzco mayor que el, pero aun así temo me pidan una identificación. No tengo una.
Otro juicio visual.
Antes de partir una ducha, el calor lo exige. De nuevo mi cuerpo desnudo me hace volver al tercero en discordia. Es mi ello si nos ponemos a comparar; el cuerpo expuesto, visceral, delicado y sucio. Mantiene un mismo ciclo que promovemos. Le tememos al cuerpo y por eso lo cubrimos, para ser más que un saco de piel e instintos denominado humano. Nos convertimos en meta seres al ponernos la ropa compatible con cualquier rol social.
Otro atuendo (adecuado para la noche): jeans, blusa estampada y anillo gigante. Por último 12 centímetros de color rojo para caminar más alta. Salgo a la calle y hago mi nueva y habitual caminata. Es tarde para la cita así que un taxi será, que como siempre, tarda en pasar cuando se necesita.
Mientras espero suceden las miradas y de pronto frente a mi un auto pasa lento y repentino. Hay un hombre dentro, alrededor de 40 años y una sonrisa amistosa en el rostro (le devuelvo el gesto motivada por los nervios). Se detiene un par de metros más adelante. Sigo a la espera del taxi haciendo repetidas revisiones a mis espaldas, el auto y su dueño siguen ahí, viendo por el retrovisor. Última mirada y el me hace una seña (ven), me volteo penando en las posibilidades y de inmediato resuelvo que no es el momento (¿necesito un arma?) el taxi llega cual milagro y lo abordo. ¿Cuál sería el
objetivo del sujeto? Supongo que en cualquier situación no es muy saludable subir al auto de un desconocido (cuando el objetivo no es ese), así que me quedaré con las conjeturas básicas.
Llegué a mi destino y al pagar el chofer me alegra el momento con su respuesta a mí muchas gracias: "de nada güerita".
Entro al bar y ésta vez no lo imaginé. El guardia de la entrada me recibe y sin solicitar mi credencial me da la bienvenida (bienvenida señorita, ¿ya la esperan? no.), entro directamente a la zona de siempre, el lugar tiene varias mesas llenas a las que decidí darles la espalda. Debía esperar a las otras chicas y mi seguridad no era la mejor.
Primer mesero (ya verán el motivo de enumerar): Buenas noches, ¿le sirvo algo? acompañado de una mirada con los ojos tan abiertos como es posible y tres segundos fijos en mi rostro, ante mi respuesta se aleja de inmediato.
mesa ya limpia, me ve y se retira.
Cuarto mesero, se acerca a un metro, voltea a verme y se va con rumbo a las mesas contiguas, mismas que están vacías y no necesitan de ninguna atención, al notarlo regresa a la barra. Al parecer el primer mesero se encargó de promulgar mi llegada y todos debieron ser partícipes. A Josué, la última vez que acudió a ese bar, escasamente se le acercó un mesero en un lapso de 10 minutos a su llegada.
Por fin mis amigas Adriana y Araceli llegaron, con sus respectivas reservas. Ahora sí ordenamos y es el segundo mesero quien se encarga de tomarla. Es jueves de coctel al 2 x 1. Piñas coladas Alexander para mí.
Araceli al arribar decidió evadir la mirada al llegar, no se acostumbraba a la idea. Adriana por su parte me hizo varias preguntas de la situación, y al ver a los comensales de frente, fue testigo e informante de las miradas. Ella se preguntó si al llegar conmigo los demás dudarían de su carácter de mujer (¿o dudarían de el mío?, cualquiera que fuera). La plática surgió fluida, con los acontecimientos más recientes en torno a los hombres y sus encuentros, perspectivas, teorías y decepciones. Todos los hombres son iguales.
Quinto mesero y su mirada, ya típica a través de los anteojos, nos trae la primera ronda. Continúa la plática. Es momento de ir al baño y con el poco alcohol adentro temo por mis tacones y su caminar. Regreso y Adriana me confirma que los meseros están todos pendientes de mis movimientos.
El primero, segundo y tercer meseros dan sus respectivas rondas sin acercarse demasiado.
La sexta persona que se aparece es la cocinera (¿qué tiene que hacer ahí? es el colmo) también merodea por las mesas vacías y regresa a la cocina con una sonrisa. El séptimo, quien quizá tenía razón de pasar, con la mirada obligada, fue el Dj.
La noche llega a su fin y las risas y comentarios ahora están inspirados por el alcohol. Quizá no fue tan buena idea consumirlo en mis primeros días de adaptación; dudas y conflictos reaparecen. Las tres vamos en el taxi dando los últimos detalles. Primero dejamos a una (madre soltera, trabaja y estudia, vive con su madre y sus hermanas. Su perspectiva suele ser la objetiva y sus consejos también).
Después a la otra (maestra entregada, de costumbres bien plantadas y apegada a la familia, la más sentimental. Vive con sus padres y hermanas, quienes me han apoyado mucho, de múltiples formas).
Llego a casa y mi ánimo no es el adecuado, subo con mi madre y me aconseja, como lo hace siempre. Me hace notar puntos fuertes y otros en los que hay que trabajar. Es momento de dormir. Me acuesto con los tacones y maquillaje puestos (no es que me haga bien dormir maquillada como aseguran ciertos productos).
Otro día y otra acción.
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