jueves, 27 de octubre de 2011

Proyecto Sophía, días cuatro y cinco. 24 y 25 de junio de 2011

Es viernes, uno común no de quincena, el día nublado y me levanto tarde. Tengo un compromiso y debo cumplirlo. Es muy tarde y no tengo un buen rastrillo (es increíble lo rápido que vuelven los bellos al cuerpo), tengo 10 minutos para vestirme y no es suficiente para mi, ni con base gruesa y dos capas de polvo podría ocultarme. Rompo el ritmo por un momento.

Josué se da un momento de vida de nuevo y sale rápidamente al destino. Pero no está perdido todo, podría parecer pronto para retomar mi vida, pero en realidad me sirve para recordarme que no soy yo, que creí saldría Josué pero la cabeza rapada, las orejas con aretes y un ligero sobrante de delineador no me separa de el tercero, el cuerpo que ante las personas podría parecer intimidante. La cabeza rasa es inevitablemente referencia de enfermedad, de pandillas tatuadas y hasta de pérdida de apuestas, lo último que pensamos es en lo bien que se percibe el frío y el caliente del aire y lo gratificante de ello. Cumplo con el compromiso y vuelvo a casa cuanto antes, a ser Sophía de nuevo antes de que me arrepienta.

El día pasa lento y claro en casa, sin que haga nada más que disfrutar de la programación que ofrece la televisión, ni siquiera tengo ganas de tomar una foto.

Sábado por la mañana. Josué tiene nuevamente un compromiso pero ésta vez no me dejará en casa. Es tarde también pero algo se puede hacer. Vestido de flores blancas sobre negro, la máscara de cada día y un saco negro (hace frío y el compromiso exige un poco de seriedad). Salgo a esperar el taxi nuevamente, llega rápido y me deja en la central, donde la señorita detrás del mostrador decide entrar al juego de inmediato, es cordial y muy sonriente conmigo. Agradezco y me voy. Subo al autobús con rumbo al centro de las artes en Salamanca. El motivo es la asesoría mensual del proyecto Amén (comercial para retícula endoplasmática).

En el par de asientos del transporte se acomoda junto a mí una señora ya mayor, su percepción sobre mi la obliga a mantenerse al límite de su lugar, recargada tanto como le es posible con vista al pasillo.

El trayecto concluye y en la puerta de salida un señor me ofrece su servicio: ¿taxi señorita? Me deja en mi destino. Al entrar a los pasillos del lugar me cruzo con un par de personas, una de ellas le dice a la otra: "así es el centro de las artes", el comentario me parece simpático (quizá solo coincidió mi paso con su plática y el objetivo del comentario era otro).

"¡Buenos días! El asesor no ha llegado, pero si gusta puede esperarlo aquí! tome asiento, ¿con quién tengo el gusto?" Con Sophía Magdaleno respondí. Espere sentada un momento y salí a sacar copias una cuadra más adelante. Regreso y retomo el asiento con una plática de reconocimiento con el contador del lugar. Me doy cuenta de que hasta ese momento todos a mi paso han decidido adaptarse a mi imagen y actuar de acuerdo a ella.

Después de un rato encontramos al asesor, quien se limita a saludar y preguntarme: ¿quién eres realmente? Mi respuesta inicial no satisface la expresión de su rostro por lo que debí decirlo todo y explicar la parafernalia. Está padre! es su respuestas y sin más decide no entrar a la dinámica, le es más importante el motivo de la reunión que cualquier otra cosa (no es para menos).

Salgo y continúo mi viaje, ésta vez el maquillaje decide no permanecer en su lugar y de a poco me derrito, mi cara y ánimo post reunión comienzan a decaer. Necesito un retoque en alguna de las dos. Decido que sea en el ánimo. Cabeza arriba y hombros debajo y atrás, espalda ligeramente curva para levantar el trasero, cadera a izquierda y derecha a cada paso (es de nuevo la pasarela y surte efecto positivo).

A un par de cuadras de mi casa mi padre pasa en su auto, a visitarnos a la casa como lo hace de vez en vez. Pasa junto a mi pero no me reconoce.
Nervios. Ya sobre la calle en la que vivo (después de un obvio y pequeño coqueteo del guardia del fraccionamiento) aprecio a lo lejos el auto estacionado en la entrada de mi casa, con mis hermanos al rededor, esperando que mi padre no note mi llegada, no estoy lista para enfrentarle. Por fortuna en el momento de mi llegada se distrae y no me ve a la cara, sólo nota que alguien en vestido de flores blancas entra a la casa (espero que haya pensado que era mi madre). Más tarde confirmo que no me notó, mi hermana le dice mientras aún estoy lejos "ya viene Josué" (no se acostumbra a mi nueva imagen

en relación al nombre), a lo que mi padre responde "pero...no lo vi". Mi madre llega un poco después que yo y mi padre lo notó, ahora le es obvio que hay algo raro.

La hora de la comida y comento mi siguiente movimiento. Mis hermanos me aconsejan que no lo haga y espere otro momento. Mi madre desearía que no suceda pero es consciente y apoya. Decido seguir y afrontar los riesgos (los cuales mostraré en la próxima publicación).

Más tarde reunión con mis amigos, acceden a llegar a casa. Primero Adriana y Aracely acompañadas por el pequeño Adrián, quien intimidado por la figura desconocida que le abre la puerta decide no entrar (un pequeño empujón de parte de su madre lo obliga). Me di un baño y retoqué el maquillaje sabiendo que Él vendrá también, pero que por su trabajo lo hará un poco más tarde. Con el siempre he tenido una buena comunicación y un muy agudo sentido de crítica, muchas veces de opiniones encontradas (con muchas podría referirme a la mayoría), discusiones largas e intensas que muchos califican de sin sentido, pero que siempre dejan las cosas claras entre ambos. Me siento obligada a mantener todo perfecto.

Llega, me ve y sonríe con cierta extrañeza. Saluda y desde el principio se mantiene al límite. La tarde pasa mientras gran parte del país se concentra en el partido de fútbol del que México es campeón. La plática fluye habitual, comiendo como siempre lo hacemos.

La hora de marcharse y tomar una foto como evidencia de las cosas.

Al final ya solos y ante su insistencia de no llamarme por mi nombre (e l correspondiente a la falda y los tacones de encaje (tan incómodos pero bonitos)) se desata una discusión. Él pretendía que entre nosotros las cosas pasaran comunes y sin prestar atención al atuendo, no le es importante la apariencia y sí quién está dentro, el hombre del proyecto (el cual le gusta, le parece interesan y al final entrará en el curso pues así se lo pedí). Estoy pensando en ceder y que con él sea Josué quien siga viviendo, pero no. Es alguien muy importante también en mi ambiente cotidiano, y como tal me gustaría se involucrara, aunque Josué se pierda de muchas cosas en el proceso.

Y es que a Josué nunca le ha gustado quedarse en pausa. Ni en las cosas más tontas como perderse un capitulo de sus serie favorita y mucho menos al olvidarles en las peores borracheras. Para mi y para Josué es frustrante no tener una memoria, la vida no tiene sentido sin un algo que de fe de que las cosas pasaron (quedarse solo y tener Alzheimer es su peor miedo), las cosas hacen por nosotros lo que las migas de pan por Hansel y Gretel.

Vuelvo a casa pensando en lo difícil que es tratar de olvidarme de Josué, que es al final de todo quien provocó que en los últimos días tuviera miedo de salir a la calle.

Soy Sophía y a ver el mundo como tal.

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