jueves, 27 de octubre de 2011

Proyecto Sophía, día siete. 27 de junio de 2011

El día es nublado y de verano, comenzó una hora más tarde de lo que la alarma del celular pretendía. Me levanto y acudo a mi enemigo el espejo (tenemos una relación de co-dependiente desde hace ya mucho tiempo), decido que por razones de técnicas hoy saldrá el tercero y no Sophía ni Josué (aunque quiera salir no puede, dejo de ser el y no sabe cuándo volverá).

Y es que me miro al espejo sin lograr evadir el reflejo de las marcas rojas que comienzan a invadir mi piel (pequeños cúmulos en poros bloqueados por ponerme la cara de Sophía encima), además de los vellos debajo del mentón, que a Josué le parecen pocos y para mi son más que exageración.

La piel se me irrita fuertemente al tratar de mostrarse rasa cada día.

El dolor es otro factor que se volvió común. Las pequeñas piezas plásticas que hacen que mi nariz se levante ya dejaron cuatro muy molestas heridas dentro de las fosas nasales, a la par del endurecido resto de sangre que surgió mientras dormía al rededor de mis aretes.

La piel debe descansar o no habrá piel con la cual actuar (el cuerpo, como siempre, es lo primero que se rinde y muestra los estragos).

Paso el resto de la mañana con mis amigos Reticuleros (Retícula Endoplasmática hu!), prestando la urgente atención a nuestros proyectos.

Al regresar encuentro a mi madre sentada en la pequeña sala de la casa, sola, cociendo su nueva blusa. Comenzamos a platicar y me cuenta sobre un posible drama con respecto a la reunión familiar del día de ayer (cosa que informaré apenas se tenga certeza del caso). Se prepara para lo peor y me cuenta de dónde echara mano para argumentar cualquier reproche. Su postura es muy clara y valiente (rendirme ahora o en algún momento sería ignorarla, echar a la basura su coraje).

El día continúa y sigo pensando en la familia, en la forma en que cada miembro mantiene en su cabeza la imagen original, la que se encargaron de hacer fuerte una vez sabiendo el veredicto inicial (es un niño! (vaya sentencia)). Recuerdo una de las primeras fotos que hay donde Josué está ya configurado, protegido por la primera marca de su vida: "el color azul" en forma de cobija (escribo ésto y me dan ganas de llorar, ni siquiera estoy seguro del por qué).

Decidí replantearme desde más atrás por medio de esa fotografía y lanzo una pregunta al aire: ¿qué si en lugar del azul el rosa?

Nacemos como un pequeño montón de funciones físicas y químicas, sometidos a los siempre bonitos mamelucos que se compran desde que se sabe del embarazo (siento respeto por las personas que compran muchas cosas de color amarillo, por si acaso falla el pronóstico poder vestir al engendro de forma neutra sin obligar a nadie a nada).

Imagino a mis padres cuando escucharon la antes mencionada sentencia, la cantidad de planes que habrán hecho para compartir nuestras vidas y cuántos de esos planes tendrían al color azul como bandera, como debía ser (más lágrimas en los ojos). Una vez anunciada la noticia los familiares y amigos cercanos a los padres comienzan a tejer y comprarlo todo azul, hay quien se da le lujo de aportar verde y celebrar al nuevo niño.

Mi actual "re-nacimiento" no causó el mismo efecto, ahora es otro el cuento, no surgí mujer por mandato divino si no por decisión propia y ahí es donde la puerca torció el rabo (una frase nada profesional pero ¿cómo no usarla?) No solo estoy retando a un grupo de personas dentro de un grupo más grande, si no que estoy en contra del mismo Dios (¿sí?).

La familia no se escoge (gracias a dios que es así o Los locos Adams, Los Beverly de peralvillo y los Osbourne tendrían más descendencia que Adán y Eva (no se ofenda nadie que es sólo un chiste)).

Aquí sigo.

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